A todos los hombres heterosexuales.

No sabía cómo empezar a relatar esto porque siempre le hablo a mis amigas, o a las mujeres que conozco y que me leen, o a todxs en general. 
Pero esta vez, quiero solamente hablarle a los hombres heterosexuales: a los que conozco y a los que no. Sobre todo a estos últimos. 
El viernes tuve el cumpleaños de un hombre que calculo que es heterosexual. De alguien que conozco hace un par meses pero que me invitó a su cumpleaños. Así que fui con otra conocida a Ferona, un bar-boliche en Humboldt y Niceto Vega, ahí en Palermo. Nos juntamos tipo 23.30 hs en la puerta. Hacía mucho frío y había viento. El lugar es como una casa grande. Tiene una entradita muy chiquita, con un mini patiecito adelante y una puerta que descubrimos un poco tarde que se abría para afuera. Cuando entrás es casi todo de madera con muchos sillones de cuero. Una barra muy completa y una escalera hacia arriba. Subimos con la promesa de una terraza, y además, porque no parecía estar el cumpleañero abajo. Cuando llegamos arriba otra barra con muchas botellas, muchas mesas con gente sentada, una terraza techada y un radiador. Estaba calentito. Nos pedimos algo para tomar y esperamos cerca de la barra. Charlando, empecé a darme cuenta que el lugar se estaba llenando de hombres. Es algo que noté enseguida porque estoy muy rodeada de mujeres, voy a lugares donde hay muchas, siempre. No porque quiera, sino que es algo que me pasa. Al principio lo comenté con mi compañera, y no trascendió de eso. Pasado un rato se estaba haciendo evidente que había más hombres que mujeres en el lugar: creo que ahí empecé a sentirme incómoda. La verdad es que ya iba por la segunda copa de vino y si bien no me había pasado algo concreto aún, no me sentía a gusto en un lugar con tantos de ustedes: no podía parar de mirarlos. Mi compañera varias veces me preguntó si había visto a alguien, o se dio vuelta a mirar en la misma dirección que yo a ver si ella reconocía algo. No veía nada fuera de lo común, pero me gusta mirar y ver. Para esto habíamos hablado bastante con el hombre del cumpleaños, nos reímos e intercambiamos sensaciones sobre las actividades que tenemos en común. En un momento empecé a tener el pensamiento que tenía hace varios años, de cuando frecuentaba lugares heterosexuales: seguro van a venir a hablarle a mi amiga y a mí no. Es algo que se me ocurre en un momento en particular y que no deja mi cabeza. Es una idea y una situación que me pasó siempre. No nos estaba pasando eso, porque ya hacían casi tres horas de que estábamos ahí adentro y nadie nos había hablado. Mejor. Porque no he tenido buenas experiencias con los intercambios que se dan entre hombres y mujeres en bares. 
La música estaba sonando fuerte y decidimos corrernos de lugar porque estábamos muy cerca de un parlante. Empezaba a sentirme lejos de donde estaba y lo detecté: tenía ansiedad. Tuve la entereza mental de poder abstraerme de esa situación y ver cómo estaba engendrando un ataque de ansiedad desde el comienzo. Pude ver como, lentamente, mi capacidad para respirar disminuía. Pero no la estaba pasando mal: estaba teniendo una charla entretenida con la mujer con la que estaba, pero al mismo tiempo no estaba cómoda con el lugar. Creo que había tomado suficiente alcohol como para estar soportando eso: es la única razón que se me ocurre. También, en el fondo, tenía ganas de estar ahí, de estar en un lugar charlando, tomando algo. No era el escenario ideal, pero ¿qué es ideal?
El momento llegó: se nos acercó un hombre. Empezó a hablarnos de astrología, como si hubiera prestado atención a la charla que teníamos con mi compañera. Me reí un poco porque dijo muchas cosas sin sentido, hablo mucho pero no dijo nada en concreto, pero me entretuvo. Nada estuvo mal. Y ahí pensé que no todo tenía por qué estar mal. Pero una sabe. Y al final, terminó pasando: otro hombre se acercó a tocarle el tapado de piel de la chica que estaba conmigo. Recuerdo bien que él le decía que había comprado uno parecido, y que le encantaba, mientras no paraba de tocarla. No sólo no la saludó, ni le preguntó cómo se llamaba, sino que la empezó a tocar, y no paró. 
No somos cosas. No estamos ahí para que nos toquen, para que hagan lo que quieran con nuestros cuerpos. 
Cuando logramos salir de esa situación y corrernos a otro lado, escuché lo que detonó mi noche: un grupo de chicos referirse a mí como la gordita, linda, y riéndose. Mirándome y riéndose. Hablando también de una estrategia para venir a hablarnos, a ver quién iba a hablar conmigo, porque probablemente les daba vergüenza acercarse a una mujer gorda. Yo sólamente pasé por al lado de ellos y los miré. Miré al que estaba orquestando todo y él me miró también. Tuvimos unos segundos de contacto visual. No sé si esa mirada le habrá significado algo, pero ninguno de sus amigos se acercó a nosotras. No sé si habré podido transmitir todo lo que siento o lo que sentí escuchando eso, porque realmente no lo tenía claro hasta ahora, pero creo que la mirada sirvió para poder hacer un pacto entre los dos: no vengas, no vengan, ya entendí. Sentí vergüenza de mí, porque lo único que supe durante los últimos casi 20 años de mi vida era que no tenía que tener el cuerpo que tengo, porque está mal. Que no podía sentirme orgullosa, porque estaba criando una enfermedad que me iba a hacer atraer otras enfermedades. Que soy un montón de cosas que están mal, y aún hoy, después de escribirles y decirles a muchas mujeres que la autoaceptación es el camino, me pregunto si hago bien fomentando el amor propio porque no conozco a nadie que haya triunfado en ese camino. 
Todo eso me hicieron en un momento: generar dudas sobre las pocas certezas que encontré durante estos últimos tiempos.
No terminó ahí. Salimos a un pequeño balconcito donde acompañé a fumar a mi compañera. Mientras estábamos ahí, sentí una incomodidad bastante grande: un hombre no paraba de mirarme y de sonreirme. Ya sé que parece que no me banco nada, pero no era una situación agradable. Así que intenté ignorarlo mientras otros hombres nos pedían no sé bien qué cosa, y veía a mi compañía hablarles y enojarse con ellos, mientras se reían. Y cuando intenté buscar un espacio seguro para mirar, volví a esa cara que me sonreía y me miraba fijo. Ahí, ella me dijo que se estaba haciendo la hora de irnos y le dije que sí, y empezamos a caminar para adentro. Buscamos al hombre del cumpleaños y no estaba. Sentí muchas manos que me tocaron mientras caminábamos hacía la escalera para bajar. Uno incluso me agarró de la mochila, y cuando me di vuelta me soltó y se rió. Era como si estuviésemos desfilando en un espacio donde estaba implícito el contacto de ustedes hacia nosotras. Sentí una mano abajo de mi vestido, que tuvo tiempo para apretarme y todo, pero no paré de caminar: por fin habíamos llegado a la escalera. No le dije nada a ella porque me quería ir y la verdad es que no sabía bien qué podríamos haber hecho.
Me pregunto, ¿qué hubiese pasado si algún hombre de ese entorno abusaba sexualmente de mí? Seguro me hubiesen echado la culpa porque tomé alcohol, porque tenía un vestido corto, porque soy una mujer en un lugar con muchos hombres. Pero también, y sobre todo, me hubiesen dicho que nadie abusó de mí, que me dieron una oportunidad, porque alguien se atrevió a coger con la “gordita linda” y eso no lo hacen todos. Que debería sentirme agradecida porque esa chance no se da siempre. 

Salimos y llovía mucho. Hacía frío y yo tenía que caminar unas cinco cuadras. Me subí el cierre de la campera y me fui caminando. Ella se subió a un taxi para ir a su casa, no sin antes pedirme que le avisara cuando llegue a la mía. Así es entre nosotras: esperar a que la otra llegue bien. Esperar a que no le pase nada en ese tiempo que no estamos juntas. Esperar porque no tenemos algo que nos asegure, más que una confirmación nuestra, que vamos a estar bien. En el camino, me quería largar a llorar. Había sentido muchísima presión en muy poco tiempo. Pero ya estaba: me había podido ir. 
Cuando me subí a mi camioneta, me quedé sentada ahí un ratito antes de arrancar. No porque lloviera, sino porque no me sentía bien. Tengo una rutina cada vez que voy a manejar: Sentarme, trabar las puertas, poner en marcha, mirar para atrás, arrancar, ponerme el cinturón, y mirarme en el espejo retrovisor. Cuando me vi, me sentí linda, como antes de salir de mi casa, como me había sentido toda la semana. Pero estaba angustiada y triste porque no podía entender por qué los hombres sólo ven en mí un cuerpo gordo, y no ven una mujer, una persona. 
Entonces, hice lo que mejor hago: presionarme a mí misma, poner dudas en lo que hago, en lo que hacemos con mis amigas, con mis conocidas, con mis compañeras, con mis aliadas. En la lucha que estamos llevando a cabo. Claramente nosotras estamos unidas y llevando el mismo mensaje, pero ese mensaje todavía no les llegó a ustedes. Porque nunca me había sentido así: rodeada. Rodeada de hombres que no tenían ni idea de lo que es ser mujer y gorda, de lo que es tener que justificarte y explicarle a todos todo el tiempo lo que estás haciendo y por qué. De que yo no tengo ningún problema con mi cuerpo, o que estoy en un camino de aceptación. De que no me siento menos linda por ser gorda, y que no pienso en su placer a la hora de vestirme o maquillarme: simplemente lo hago porque me gusta. De que no estaba ahí para su disfrute. De que claramente todo esto que digo no se nota en mi exterior. De que tuve miedo. De que por eso sentí ansiedad durante toda esa noche y al otro día cuando me levanté. De que no fue algo que simplemente pasó en ese momento, es algo que viene pasando desde hace años, en todos lados. Algo que pensé que había dejado de pasar porque empecé a juntarme con otras personas, en otros lugares donde me siento más segura.

Por eso, hoy les escribo a ustedes. Porque necesito que entiendan que soy una mujer, gorda que está explorando otros caminos: tanto sexuales como de autoconocimiento. Que no necesito darles una explicación, ni enseñarles nada, porque debería primar el respeto ante todas las situaciones. Que miren más allá: ya sé que tengo un cuerpo gordo, y que no saben mi nombre, pero me pueden preguntar o hablarme y saludarme, como harían en cualquier otro ámbito si nos conocieramos. Que un bar no es una excusa para tocarme, ni me están haciendo un favor hablándome. Que en otros espacios donde hay más mujeres que gustan de mujeres, ninguna toca a otra si no quiere o sin preguntarle antes. Preferiría que simplemente se mantuvieran al margen y respetaran mi lugar. Quisiera tener que dejar de decir que me dan paja los boliches heterosexuales. Porque en realidad lo que me incomoda y me angustia son los espacios donde hay hombres que se sienten con derecho sobre mi cuerpo.

Comentarios

Entradas populares