Lo logré.

Mientras estaba en Praia do Madeiro, sentada en la arena y mirando el mar, pensaba en el momento en el que iba a escribir esto. Estar en mi casa, tapada, en la cama, con la compu. Pero me ganó la ansiedad, así que escribí las primeras líneas esa misma mañana, que el agua del mar me alcanzaba los pies y me dejaba restos de espuma y algas. "Lo logré" así empezaba.
Logré salir del país sola una vez más, logré hacer escala en uno de los aeropuertos más grandes del mundo, logré traspasar la barrera de un idioma que no sé. Hasta acá sería un viaje normal de una persona sin compañía. Pero este fue un viaje de una mujer gorda sola y con mucha ansiedad.

Me animé a hacer todo lo que no me genera comodidad: la playa, el calor, la arena, el mar y la poca ropa en público. Me enfrente a mi misma, y ni siquiera me dirigí la palabra, simplemente lo hice. Como nunca, sentí que no necesitaba darme explicaciones ni calmarme con nada, me puse la malla y un vestidito, que después me saqué para meterme al mar. Me di una ducha y me metí a la pileta. Me senté en el borde y me mire las piernas, y me acordé cuando le dije a mi papá que las tenía gordas cuando tenía 8 años. Él me dijo que estaba bien que cuando me sentaba se me relajaban, y yo le dije que Ayelén, una compañera del colegio, las tenía flacas siempre. Creo que no me respondió. 21 años después, me quedé sentada un rato más en ese borde, mirando mis piernas y sintiéndome un poco en paz. Pensé en que me parece un poco contradictorio tener que estar lejos de mi casa para poder hacer todo esto, sentir comodidad en donde había venido a incomodarme. Pero supongo que así son las sorpresas y a veces hay cosas lindas entre todo lo que nos cuesta.


Después de varios días de poca ropa, un poco te acostumbras. A verte, a que te vean, a sentir tu piel, el roce, el calor, la transpiración. Es como si de alguna manera en esa decisión de estar en malla, con una sola capa de ropa, compartiendo un espacio con otra gente, estuviera implícito el querer sentir todo un poco más. No sólo la arena, el vientito o el sol, sino escuchar mis propios pensamientos, cerrar los ojos y respirar hondo. Sentir que todo lo que soy es suficiente, por lo menos ahí en ese instante, en ese ratito que me dejo ser sin tantos preámbulos, sin tantas palabras, sin sonreir o tener que posar para alguien.

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