Estar bien está sobrevalorado.

disclaimer: como todo lo que escribo en este blog, esta es mi experiencia. no es un fact, ni está científicamente comprobado por nadie. Es un relato de algo que me pasó, así que no es la verdad absoluta. Enjoy.

Soy gorda y escribo con la mano izquierda. Hasta ahí podrían decir “bueno, ya entendemos que sos diferente a la norma” pero puedo seguir: de chica tenía pie plano (pero usé plantillas), los dientes torcidos (pero usé aparatos), y sigo siendo medio chicata (todavía uso lentes de contacto). Durante muchos años mis papás me llevaron al traumatólogo y a la ortodoncista para poder tratarme. Pero hace un tiempo me cansé de confiarle a otros lo que se supone que no tengo bien. Por eso me dediqué a cuestionar un poco por qué, en teoría, hay cosas que tengo mal. 
Soy depresiva y sufro de ansiedad. Sí, sufro. Es difícil explicarle a alguien que no le pasa, cómo es vivir así. Mi depresión es extraña, o así la pienso yo. No es que me tire en la cama a llorar todo el día, o que tenga pensamientos suicidas, soy más bien paranoica. Por ejemplo, mientras escribo esto no puedo dejar de pensar que probablemente muchos de mis compañeros de trabajo lo lean y me miren distinto mañana. Esto no termina ahí, sino que me angustia no saber qué van a pensar, si les voy a parecer exagerada o si, tal vez, no me van a hablar más. Qué se yo, así soy. Es difícil y agotador estar todo el tiempo tratando de adivinar lo que los demás piensan de vos. Tengo tantas ideas y teorías sobre la misma cosa que es obvio que a algo le voy a pegar, entonces me retroalimento: 
no estoy tan errada pensando tanto todo el tiempo, entonces tengo que seguir. 
Actualmente no voy a terapia, voy a un taller de escritura cada quince días. Eso digo cuando me preguntan. La verdad es que hace ya cuatro años que dejé de ir y no siento la necesidad de volver. A esta altura, y después de dieciséis años de psicólogos y psiquiatras, ya me sé dar cuenta. Bah, siempre me di cuenta de cuándo pedir ayuda. Tuve momentos muy complicados donde no podía seguir mi rutina porque estaba muy sumergida en mí misma. Ahí hablé con mi mamá y le dije que quería empezar el psicólogo. Tenía quince años. Desde esos días, desfilé por varios consultorios, hasta que Valeria, mi psiquiatra (una de mis favoritas), me dijo que no todos podían pedir ayuda, que de hecho no era algo común, y que estaba bueno que yo sí pudiera hacerlo. Igual, no terminó todo ahí. No es pedir ayuda y listo. Es ser constante, trabajar, querer ver, querer dejar el vicio que es estar “mal”. Me acuerdo que cuando no podía estudiar para los exámenes del secundario y lloraba por eso, mi papá me decía que primero estaba la salud, y que si no estaba bien, no iba a poder hacer nada. Me desesperaba mucho el concepto de “estar bien” porque yo sabía que estaba muy lejos de estarlo: veía a mis compañeros comportarse de una manera que yo no podía, ni por asomo, y pensaba que eso era “estar bien”. 
Porque nadie te explica cómo se siente estar bien. 
Parece algo que te tiene que pasar y ya, más si sos de clase media, tenés para comer y vas a un colegio privado. 
De ahí, hace ya más de diez años, nació Exiliarme. No dista de la definición de diccionario: de querer irme de mi misma, de no querer ser más, de ser invisible, de que no me vean. Es un concepto con el cual me refugié gran parte de mi adolescencia y ahora que soy una joven adulta, decidí que es una parte de mi pasado que quiero resignificar. Siempre me gustó escribir, pero antes escribía sobre lo mucho que me dolía sonreír y respirar, sobre lo insoportable que era ser yo, sobre no tener mucha opción porque ni siquiera me estaba pudiendo morir. Hoy sé que estar bien está sobrevalorado, por eso quería escribir sobre esto. Además de la gordura y de los estándares de belleza, me parece importante contar mi experiencia personal, porque estos momentos fueron unos de los que más me moldearon. 
Todavía me acuerdo la última vez que pisé un consultorio psiquiátrico: “tenés que tomar esto. Con esto vas a poder controlar esas bajas de ánimo que tenés”. Pero yo no estaba convencida ni de la medicación, ni de la forma. Así que fui con mi papá y le dije que iba a dejar el tratamiento y que no iba a ir más. Tuve miedo, claro, porque todo lo que pasaba adentro de ese consultorio estaba de alguna u otra forma, avalado por años de investigaciones; En cambio, 
lo que yo sentía, no era algo seguro, porque así como estaba muy positiva al respecto, también sabía que de un momento al otro, me podía hundir de nuevo. 
Como muy cabeza dura que soy (y un poco caprichosa), lo peor que me pueden decir es “no vas a poder sin medicarte”. Porque sé que si quiero puedo un montón de cosas y no hay nada que me moleste más que, que me digan lo que tengo que hacer y cómo voy a estar “mejor”. Me fui de ese consultorio con mucho miedo, pero sabiendo que estaba tomando mi propia decisión, determinada a no querer sentirme nunca más como me había sentido los últimos años de mi vida. 
Hay mucha estigmatización sobre la depresión, la angustia y la ansiedad, nadie quiere hablar de esto. Así es como en el colegio, mis compañeros me señalaban con el dedo, ni siquiera dándome o incluso, dándose a sí mismos, la chance de cuestionar un poco la idea de la depresión o de una persona deprimida. Yo era la loca, punto, la que no estaba bien. Eso me dolió en el alma, porque lo único que quería era tener amigas que me entiendan y que me dijeran que ya iba a pasar todo. Pero siendo sincera: pasaron muchos años después de 2do. polimodal hasta que estuvo todo un poco mejor.
Hoy lo único que puedo hacer es contar mi experiencia, hablar. No es que ahora “soy feliz” y esto es aprendizaje porque lo superé, al contrario: no puedo dejar de pensar en que, tal vez, este pueda ser el último momento en el que me sienta estable. Ya está, lo dije, y ahora esto que me pasa ya no es solamente mio, es de todxs.

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